
Andy Warhol y yo éramos muy amigos y todos los viernes por la tarde nos reuníamos en mi casa o en la suya para tomar unas cervezas y comentar cosas interesantes sobre nuestro trabajo. Hasta que un día Andy traspasó la línea que nunca debe traspasarse en una amistad: el viernes que tocaba reunirnos en su casa no me dio cerveza porque «se le había olvidado» ir a comprar. Ese día nuestra amistad quedó herida de muerte.
Y no solo eso, sino que además me dijo que mi cuadro, ese que veis en la imagen, era una auténtica mierda:
—Escucha C./, ese cuadro tuyo apesta. Mira, para que no te desprestigie y nadie se ría de ti, me lo voy a llevar a mi casa y allí lo esconderé. —Me dijo con toda su cara dura.
No sé por qué le dejé que lo hiciera. Supongo que me faltaban dos o tres cervezas para pensar con claridad. El caso es que se lo llevó y, majadero de mí, le di las gracias.
Unos días más tarde vi como Andy triunfaba con su cuadro de Marilyn que, ¡era el mío! Me lo había quitado para copiarlo. ¡Quitó mi cara y puso la de Marilyn!, (por cierto, esto fue un error, se cargó el cuadro en su totalidad, queda muchísimo mejor con mi cara que no con la de Marilyn).
En fin, son las cosas de la vida. Eso sí, Andy Warhol y yo ya no somos amigos. Que aprenda la lección y si quiere mantener una amistad, que tenga cerveza fría en casa para ofrecer.
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¡Un momento! Escribe en un comentario si has buscado en Internet si Andy Warhol y yo éramos amigos o no (¡seguro que lo has hecho!).
C./